domingo, 17 de junio de 2012

Capítulo 6. Un pequeño instante.

Sonreí viendo como se iba el tren, metiéndose en la oscura boca del túnel. Me di la vuelta y subí las escaleras para enfrentarme a un nuevo día, a un nuevo miércoles.

Al llegar al instituto, me encontré a Sara justo en el instante en el que examinaba mi manchada mano. Ella sonrió al llegar a mi lado.

-No sé como lo haces.

-Es fácil. -le respondí- Mira, pones la mano aquí... -rocé el hierro de la puerta- et voilà. -reí.

Sara puso los ojos en blanco y me agarró del brazo llevándome hacia delante.

-Pequeña loca, tengo buenas noticias.

Fruncí el ceño.

-¿Pequeña? Soy más alta que tú. -sonreí.

-El caso es, que habíamos quedado con Esteban y sus amigos el sábado a las 2 de la tarde-dijo pasando de mi comentario- pero el viernes inauguran un pub y quieren ir, así que...

-Han adelantado la cita.

-Técnicamente no. -contestó- La cita grupal del sábado sigue en pie, pero el viernes habrá otra.

-¿Sabes que “cita grupal” queda un tanto extraño, no? -pregunté.

-Sí, lo sé. -sonrió- aún más teniendo en cuenta que seremos tres chicos y dos chicas.

-Perfecto. -dije con ironía.

Tres chicos...de repente me acordé de los tres chicos del parque. Demonios, fue ayer. Parecía que había pasado mucho tiempo. Por un momento pensé en decírselo a Sara, pero no. Al fin y al cabo no ocurrió nada y no quería asustarla. Gracias a Lucas y a su abrazo me desahogué.

Fui a añadir un comentario gracioso pero en ese momento vi que se acercaba Mary. Sara y yo estábamos cruzando el patio cuando me llamó. Me despedí de Sara y me acerqué a ella.
Mary era como una profesora pero sin serla. Era la que se encargaba de la mayoría de las preparaciones para las Olimpiadas. Era casi como una amiga, ya que me preparaba para las Olimpiadas de matemáticas, química, física y escritura. Era bastante joven, o eso parecía, y muy poca cosa. Era bajita y delgada con el pelo negro como el carbón y tenía unos bonitos ojos azules. Me llamaba a atención, con lo lista que era y con su extenso dominio en tantos campos lo torpe que acostumbraba a ser.

-Hola Mary. - dije alegre de verla.

-¡Hola! -respondió con su habitual entusiasmo. -Quería decirte que...

Llevaba varias carpetas amontonadas de varios colores y un mechón de su pelo se había salido de su recogido. Fue a devolver ese mechón a su sitio pero la torre de carpetas se tambaleó y acabaron cayéndose. Me agaché, las recogí y se las devolví.

-Gracias Leire, de verdad. -sonrió. Buscó entre las carpetas y haciendo varios movimientos dignos de una malabarista, logró coger unos folios que había enganchados con una grapadora y ponerlos encima de la torre de carpetas.- Ya lo leí. -dijo contenta.- ¡Y me ha encantado! Aún más que los otros relatos. Éste tiene algo distinto, los diálogos son muy reales y los personajes están muy bien definidos. Los lugares los describes de una manera mágica, como si el lector lo tuviese delante. -Me dio el relato- Eres una artista. Tus padres deben de estar orgullosos.

-Gracias. -dije con toda la sinceridad que tuve y sin responder a la pregunta indirecta. -De verdad, gracias por todo.

-Gracias a ti, Leire. Es un placer enseñarte todo lo que pueda. -sonrió, me puso la mano en el hombro y se fue.

Miré el relato durante un momento y leí el título: “Miradas minadas”. Sonreí ante el estúpido juego de palabras que se me ocurrió al crear la historia.
Subí las escaleras hasta mi clase, la mayoría de la gente ya estaba ahí, de pie, hablando. Justo al cruzar la puerta el timbre sonó y me fui para mi sitio, saludando y despidiéndome de 
Sara de una sola vez.

Durante el recreo tuve prácticas de química para la Olimpiada con otros alumnos más. Ese día tocaba averiguar el pH de varios líquidos misteriosos. El primero que investigué era claramente una base, igual que el segundo. El tercero era un ácido y el cuarto era neutro. De una manera u otra Mary consiguió romper una probeta. Me daba pena por ella ya que cuando cometía alguna de sus torpezas se ponía muy nerviosa, pero realmente era una buena profesora.

Fuera del instituto, ya con Sara, ésta me siguió hablando de Esteban y de su moto hasta que llegó su padre a recogerle, así que me marché a la parada de metro.
Al llegar al banco metálico que había en la parada, busqué mis auriculares y subí el volumen de la música. Estaba sola en aquél lugar subterráneo y por ello, empecé a cantar, primero flojito pero conforme me motivaba, cantaba más fuerte. Imaginé que mi puño era un micrófono y que las vías era el público. Siempre me había gustado cantar.
El metro llegó y con él se fue mi canto. Callé y fui a entrar al vagón pero de reojo, a lo lejos, pude ver un reflejo rojo. Sonreí y encaminé mis pasos al otro segmento del tren al cual me subí. Me senté cerca de él pero no me miró, observaba por la ventana, con las piernas apoyadas en el asiento de delante y caído en su propio sitio. Me quité los auriculares.

-Creo que simplemente te pasas el día sentado en el mismo metro, dando vueltas continuamente a la ciudad, sin rumbo ni destino.

Sonrió y se giró a mirarme.

-Eso, o que siempre estás atenta, buscándome.

-Ya te gustaría. -respondí. Sonrió de lado y volvió su mirada a la ventana.

-Tienes razón. Pero yo no soy el que llega antes al instituto y sale después para coincidir exactamente con mi horario.

-No lo hago aposta.

-Lo parece. -volvió a sonreír- Hace mucho que no nos vemos. -dijo irónicamente.- ¿Qué tal?

Por un momento, pensé que realmente me preguntaba si me había encontrado con los tres gorilas del día anterior, pero deseché la idea.

-Aburrido, como siempre.

-Que coincidencia. Eso debe de ser que estamos hechos el uno para el otro. ¿Nos casamos?

Reí con todas mis ganas.

-Creo que entonces deberías casarte con todos los estudiantes del mundo.

-Para gustos no hay nada escrito, seguro que a alguien le gustará en colegio. -se echó el pelo hacia atrás, como solía hacer. Me miró bajo sus gafas. - ¿En qué más coincidimos?

-No sé, ¿cuál es tu color favorito?

Miró rápidamente hacia otro lado.

-Siguiente pregunta.

-¿No quieres responder a eso?

-No.

-¿Por qué? -dije curiosa- No es una pregunta personal. Es sólo saber tu color favorito.

No dijo nada, siguió mirando la ventana y desistí de seguir preguntando ya que parecía algo que no le agradaba.

-Simplemente no... no tengo color favorito. -respondió después de un tiempo.- ¿Y el tuyo?

La verdad es que nunca había tenido un color favorito concreto. Algunos días que me daba por el celeste, otros por el violeta, el blanco o el amarillo. Pero me sorprendí a mí misma cuando respondí:

-El rojo. -le miré e intenté rebobinar, tachar lo que había dicho, pero era demasiado tarde. 

Sonrió.

-El rojo, ¿eh? -dijo con sus gafas rojas, su camisa roja y sus zapatillas rojas.- Me pregunto porqué será.

-Es simplemente un color.

-¿Qué cosas rojas te gustan?

Sabía la respuesta pero no qué responder.

-Las cerezas, las fresas... -me quedé sin más argumentos.

-Entonces, asocias el color rojo con cosas comestibles... -dijo con sonrisa triunfal- Sin quitar que es el color de la pasión...

-En tus sueños. -volví a reír.

-Ojalá. -dijo sonriente.- Creo que a la cuarta cita ya me gano tu número de teléfono, ¿no?

-¿No tienes suficiente con mi presencia esta tarde? -contesté sin pasar por alto que lo había llamado cita.

-Tienes razón, esta tarde podremos hacer esos sueños realidad. Pero sigo queriendo tu móvil.

Le miré y no sé que sucedió en mi cabeza. Tal vez la idea de que necesitase su ayuda para algo o que algún día quisiese hablar con él. Abrí mi mochila, cogí un post-it y un bolígrafo y le escribí mi número de móvil. No le conocía de mucho, pero notaba que podía confiar en él, como me había demostrado.

La siguiente era mi parada y me levanté de mi sitio.

-Me caerías mejor si no tuvieses esos prontos pervertidos. -le dije.

-Prefiero llamarlos “lascivos”. Un momento, ¿te caería mejor? Eso quiere decir que te caigo bien.-el chico listo volvía a tener razón.

-Cállate Lucas. -dije de broma dándome cuenta de mi error.

Realmente me agradaba, pero que dijese eso me recordaba que era un chico que solo pensaba en una cosa.

Me coloqué la mochila al hombro y ya en la puerta me giré.

-Eres de risa fácil. -añadió como despedida.

Le miré por última vez y reí.

-Me gusta que me lo digan. -respondí, y era verdad. ¿Qué había mejor en este mundo que reír? La risa lo era todo, lo soluciona todo, lo cura todo.

-¿Prefieres que te llamen risa fácil o que que te llamen al móvil? -preguntó señalando el post-it con mi número de móvil

-¿Qué? -reí ante su estúpida pregunta. Era gracioso cuando quería.- Compruébalo.

Sonrió.

-Sigue enamorándome tu risa.

No pude responderle, las puertas amenazaban con cerrarse y tuve que salir.

Pero por un instante, por un pequeño instante, pensé en quedarme en el vagón y dar vueltas infinitas a la ciudad solo por poder seguir hablando con Lucas.

4 comentarios:

  1. Oyyyyyyyyyyy daksdjaklñdjaksldajlkdajñ ¿Ves? Este capitulo es amor, y me ha enamorado. JAJAJAJA Lucas graciosete es lo máximo, me encanta mucho :3 Aish, me ha dejado de muy buen humor, Un beeesito :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. jajaja y eso que la gracia es un poco estúpida!! jajaja

      Eliminar