lunes, 4 de junio de 2012

Capítulo 2. Encuéntrame.

Subí los escalones que daban hacia la calle mientras me ponía de vuelta los auriculares. Me había parecido muy curiosa la conversación con Lucas y gracias a ella, iba despierta y con energía al instituto. Parecía que me había tomado un Redbull o una taza de café.

El Sol me dio en la cara al llegar al nivel del suelo, de esa manera en la que solo te puede dar cuando sale o cuando se va y parece que se encuentra a ras del suelo.

Me puse la mano en la frente a modo de visera y continué mi camino todo recto, pasando por la amplia avenida que reflejaba el ocre amanecer. Crucé el puente de piedra, que antes saltaba sobre un río de poco caudal, y giré a la derecha. Allí se encontraba el instituto alzándose a lo alto de sus cinco pisos. La fachada era de un marrón miel intercalado con un blanco sucio envejecido.

La puerta de hierro estaba abierta, dejando entrar a la marea de alumnos que llegaba medio zombies un lunes a las ocho de la mañana.

Rocé el metal de la reja con la mano y me la ensucié de un polvo negruzco al tiempo que oía mi nombre.

-¡Leire!-gritó Sara-. Siempre te pasa lo mismo, loca-sonrió.

La verdad es que cada mañana intentaba rozarme por pura inconsciencia con el frío hierro y por alguna razón me sorprendía todos los días de que éste me manchase.

-Es como una superstición -argumenté con ojos soñadores-, y una manía. Parece que el día que no lo haga tendré mala suerte.

Sara me miró, de esa manera en la que te mira una amiga que te conoce bastante, de esa manera en la que presientes lo que va a decir.

-Tú, y tus locuras-volvió a sonreír.

Me empujó y pasamos juntas el arco gris que remataba la puerta.

-Se te ve más contenta de lo habitual-sospechó mi amiga de la infancia.

-¡Pero si todos los días estoy contenta!- si en algo había destacado siempre, es, que en todo momento estaba sonriendo y que era de risa fácil. Mi risa era tan fácil y algunas veces tan exagerada que por eso mi amiga me acuñó con el nombre de loca.

Exageré una sonrisa para demostrárselo, ella rió.

-Sí, y por suerte me contagias tu optimismo -miró al frente-. Pero...no sé, hoy pasa algo especial en tu cara, ¿tal vez tus ojos brillan más de lo normal? -me miró fijamente a una distancia escasa.

Le puse toda mi mano en su cara y la eché hacia atrás.

-Deja de respirar mi aire-reí.

Cuando llegamos al patio nos dirigimos a las escaleras que llegaban a nuestra planta, la segunda.

-Te pasa algo -dijo inquisitiva-. Y no pararé hasta saberlo.-puso su cara de cachorro durante un momento hasta que una idea se le cruzó por su cara- ¿Ha ocurrido algo esta mañana?

-No, nada -dije encogiéndome de hombros. Pero de repente me acordé de Lucas y nuestra rara conversación-. Ah, sí, he conocido a un chico muy...extraño-dije dubitativa.

El timbre sonó sin poder contarle a Sara lo ocurrido esa mañana, me echó una mirada asesina que me prevenía de que si quería mantenerme con vida, tenía que contarle lo que había pasado.

Me senté donde me correspondía, en la última fila, mientras Sara se quedaba delante, cerca de la mesa del profesor. Saqué mis libros de historia y mi cuaderno de escritura. Sí, el de escritura, no el cuaderno de historia. En historia no solía coger apuntes y me dedicaba única y exclusivamente a dejar volar mi imaginación y escribir una historia. Cogí el bolígrafo y me perdí entre la blancura del papel.




Sonó el timbre que avisaba del fin de las clases, miré el reloj para comprobar que ya eran las tres y que esa había sido nuestra última clase. El profesor de filosofía se despidió deseándonos suerte para el examen de mañana mientras me acercaba, mochila en mano, al pupitre de Sara.

En el recreo ya le había contado a la susodicha lo ocurrido con el tal Lucas. Al principio exclamó sorprendida y emocionada, pero luego sarandeó (como yo lo llamo) se puso a hablar de chicos y de sus padres sin parar...

Me despedí de ella a la salida, aconsejándola que estudiase para el examen y me encaminé de nuevo a la parada de metro. Pasé por el puente mientras buscaba mis auriculares en la mochila y me los ponía. En la parada, ya bajo tierra, me senté en un banco y miré la pantalla que avisaba de la llegada del próximo metro en 2 minutos. Cerré los ojos y me apoyé en la pared.

Parpadeé y me encontré dentro del vagón, lo extraño es que no estaba segura de haber entrado por mi propio pie, pero no había otra razón posible. Estaba demasiado cansada, y entre sueño y sueño seguramente me había levantado y encaminado hacia él.

Resoplé y parte del pelo castaño que tenía en la cara tiritó. De pronto, miré asustada. ¿Me había pasado la parada? Moví la cabeza de un lado para otro buscando alguna información de la próxima y me sorprendí al escuchar la voz femenina que salía de los megáfonos avisando de que la próxima era la mía, no podía creer la suerte que tenía.

Sonreí mientras me estiraba y cogía mis pertenencias.

La música en mis oídos parecía la banda sonora de mi vida. Como un dulce sonido continuo que anticipaba mis movimientos.

Para llegar hasta mi casa, tenía que cruzar un gran parque que me producía alergia en primavera y verano. Estornudé como respuesta al polen del ambiente.

Saqué mis llaves de la mochila mientras llegaba al portal para no perder tiempo. Abrí la puerta de mi casa y avisé a mi madre de mi llegada.

Mi madre tenía preparado un plato de macarrones y la típicas preguntas de: ¿Qué tal el día? ¿Sólo bien? ¿No ha pasado nada especial?

Y yo respondía con las típicas preguntas: Bien, sí y no.

Para nada un: “He entablado conversación con un desconocido bastante guapo”. Desde lo que me ocurrió años atrás mis palabras estaban medidas delante de mis padres y las situaciones con chicos las evitaba.

Me permití recordar y vi a mi madre llorando, a mi padre enfadado, a mi madre después enfadada, una discusión, mi padre yéndose de un portazo...mi madre rechazándome un abrazo...

Volví al presente y miré a mi madre que estaba tranquila, sin aguantarlo más subí a mi habitación y me eché en la cama. Miré el techo y las paredes repletas de posters, de fotos y de frases durante unos minutos, y más tarde, cogí el libro de filosofía.

Estudié, hice un descanso para leer mientras escuchaba música por los altavoces y volví a repasar. Después de una cena silenciosa con mi padre ya en casa, dormí.




Un martes más de lo mismo, pensé mientras me encaminaba de nuevo a la parada de metro. La monotonía era horrible. Me senté en un banco y me di una torta en la cara para espabilarme. Me vendría muy bien otra conversación con Lucas.

Llegó el metro y me subí mientras me sentaba en mi sitio habitual. Miré por la ventana el interior de los túneles subterráneos y suspiré de aburrimiento.

Mi vida era horrible.

Un momento, ¿qué había sido eso? Volví a suspirar para volver a empañar el cristal, eché mi aliento a lo largo de la ventana descubriendo un mensaje oculto.

“La princesa se llama Leire”.

2 comentarios:

  1. dahskdasjhdkahask ¿PERO COMO NO TIENE COMENTARIOS? QUE ALGUIEN ME LO EXPLIQUE. Este capitulo es perfección, adoro a Sara (loool, porque me llamo Sara y me siento en la primera fila, igual que la de tu fic) y adoro más a Lucas y el aura de misterio de tu fanfic, GENIAL! Un besiiiiiito :)

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